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Cuando la única opción es pasar al plan B

Option B

«¿De verdad quieres que te compre un libro con un título tan deprimente?», me pregunta mi marido por Whatsapp. «Sí, tengo mucho interés en conocer la historia», le contesto. El libro en cuestión es Option B Facing Adversity, building resilience and finding Joy (Opción B, afrontar la adversidad, construir la resilencia y encontrar la felicidad) de Sheryl Sandberg. El plan B cuando el A ya no es una opción.

Sandberg es una mujer a la que admiro profundamente. Jefa de operaciones de Facebook, su libro Lean in (Vayamos adelante, en español) es una de las lecturas que más me han hecho pensar sobre el papel de la mujer en la empresa y cómo encontrar el difícil equilibro entre carrera profesional y vida personal. En este link podéis ver su famoso Ted Talk.

En un momento personal y profesional excelente, la vida de Sheryl se desmorona y así las primeras páginas de Option B narran con detalle, pero sin exceso de dramatismo, el fallecimiento de su marido Dave Goldberg, durante unas vacaciones en México cuando celebraban el 50 cumpleaños de un buen amigo. Dave fue a correr a la cinta del gimnasio y Sandberg no volvió a verlo con vida. Goldberg sufrió un accidente cardiovascular y al caer se golpeó la cabeza. Sheryl lo encontró en un charco de sangre, sin vida. Esas primeras páginas son devastadoras y confieso que al principio dudé si quería seguir leyendo algo tan doloroso, tan íntimo.

Option B

Option B, de momento, solo está disponible en inglés. Espero que lo traduzcan pronto.

¿Por qué leer algo tan triste? Me encuentro en un momento personal excelente. Estoy feliz, tranquila, serena, después de una época muy estresante, en la que tuve que parar y preguntarme hacia dónde quería ir (lo conté aquí). Sé lo que es el dolor y he convivido con ese miedo que se te pega a las entrañas. He visto morir a gente a la que que quería muchísimo. He sufrido y he llorado de impotencia ante el sufrimiento ajeno, porque he llegado a vivirlo como propio. Sufrir una enfermedad como el cáncer no te hace un héroe, ni un valiente. Lo sé porque tuve la suerte de vivir para contarlo. Saber que podría no estar aquí, me hace ser más consciente de lo finito que es todo. Sí, vivo cada día como un regalo y estoy agradecida a la vida por esta prórroga. Todos nos enfrentaremos al dolor en algún momento. Es inevitable. A veces es un desengaño, una ruptura, una muerte repentina, una enfermedad… Estas cosas pasan y más tarde o más temprano habrá que hacerles frente. La cuestión es cómo.

Pese a ser consciente de mi fortuna (no soy la reencarnación de Heidi), claro que tengo días de mierda, perdón por lo gráfico de la palabra. Aquí no vamos a edulcorar la realidad, ni utilizar eufemismos. Como Sheryl, hago algo muy importante: en los días más grises, antes de irme a la cama, además de sentirme agradecida, intento pensar en tres cosas que me hayan hecho feliz. Y no hay que irse de vacaciones a todo trapo, ni comprarse un bolso 2.55 de Chanel. A mí me produce felicidad algo tan sencillo como dedicarme a mí y a los míos un rato: una llamada de teléfono a mi madre, un paseo con mi perra Pixie sin prisas, comprarme unas flores o hacer la compra en el mercado sin ponerme de los nervios porque tengo que hacer cola. Muchas veces, ni siquiera hago repaso antes de irme a la cama, sino que intento ser consciente de esos momentos a lo largo del día. Antes iba derrapando, tachando cosas de la lista de pendientes y todo lo que tenía que hacer eran marrones. Ahora, ya no vivo con prisa y, en lugar de entrar en el bucle de la culpa por no llegar a todo, evito vivir atropellada. He decidido que voy a llegar a lo que pueda, de lo importante a lo secundario, pero sin dejarme fustigar por la culpa y el eterno debería, porque muchas veces hay que pararse y pensar: «Y si mañana no estoy aquí, ¿qué importancia tendría esto?». En el libro, la autora explica que «prestar atención a los momentos de alegría supone un esfuerzo, porque nuestras conexiones mentales se centran más en lo negativo que en lo positivo. Los malos momentos tienen un mayor efecto sobre nosotros que los buenos». Por eso, es importante hacer el esfuerzo de percibir y valorar esos pequeños momentos de felicidad del día a día.

Sandberg habla, además, del valor de creer en algo, no tiene que ser religioso, sino que se trata más bien de algo espiritual. En mis charlas, suelo arrancar contando cómo logré pasar de no correr ni 100 metros a completar cuatro maratones. Y no, no soy una atleta, ni creo que en mi infancia hubiese tenido un futuro prometedor en el atletismo. Pero superé todas las dificultades simplemente creyendo (en mí). El primer día que empecé a correr, a punto estuve de darme media vuelta y volverme a casa, porque no le encontraba el sentido a semejante sufrimiento («¿Qué necesidad?» creo que es la frase más recurrente cuando empiezas con esto del running). Y, sin embargo, aquel primer día seguí adelante movida más por mi orgullo que otra cosa y, al terminar, cuando compartí mis dudas con una una compañera que ya corría, ella me dijo: «Lograrás correr, porque todas hemos empezado como tú». Y ese es el espíritu que me llevó a crear mujeres que corren: dar a otras  la oportunidad de creer en sí mismas, a través de un gesto tan sencillo como poner un pie delante del otro.

Cristina Mitre

Aquí te dejo el link a mi charla TEDx, Mujeres que corren Cinco cosas que aprendí corriendo.

No hay fuerza más transformadora que creer que uno puede, al menos, intentarlo. Sheryl dice, «creer que puedes aprender del error, te hará mostrarte menos defensivo y más abierto. Creer que importas al otro logrará que emplees más tiempo en ayudar a otros, que a su vez  te ayudará a ti a creer que tú importas incluso mucho más. Creer que tienes fortalezas, te hará ver que hay oportunidades para poder usarlas».

La autora también reflexiona sobre el dolor ajeno, ese elefante que está en la habitación y que todo el mundo parece querer evitar. Lo sé, a veces, es difícil encontrar las palabras correctas. Pero si, por ejemplo, tienes un amigo con cáncer no le des recetas. No le digas que la madre del primo de la tía de X hizo esto y aquello y se curó. Tampoco le digas que una buena actitud es importante y que tiene que ser fuerte y valiente. Porque el enfermo tiene derecho a llorar, a odiar su enfermedad, a enfadarse con el mundo por lo injusto de su dolor. El enfermo no es un héroe, ni un valiente, ni tiene superpoderes. Es humano. Ponemos el automático y le decimos que todo va a ir bien, porque nos faltan la palabras. Y no, no lo sabemos. Pero al menos podemos acompañar y decirle: «Estoy aquí contigo. No vas a estar solo».

Sandberg recuerda la última frase que le dijo a su marido: «Me estoy quedando dormida». Y esto me hace recordar algo que yo intento (no siempre consigo) aplicar. Cuando discuto con mi marido, o alguien muy cercano a quien quiero con todo mi corazón, intento dialogar, pedir disculpas si es necesario, pero no dejar que esa persona se vaya sin haber intentado arreglarlo. ¿Y si nos pasa algo a uno de los dos y lo último que nos hemos dicho es  algo horrible? Solo con pensarlo se me pone un nudo en la garganta. Y aunque suena a topicazo: menos la muerte todo tiene solución.

En Option B, Sandberg explica que la resiliencia es como un músculo, que se puede trabajar y que, a lo largo de nuestra vida, vamos plantando semillas de resilencia en la forma en la que vamos procesando eventos negativos. Como apuntan los expertos hay tres P’s que pueden entorpecer la recuperación 1. Personalization (Personalización, en castellano) el convencimiento de que es por nuestra culpa. 2. Pervasiveness (omnipresente o penetrante), el creer que ese hecho afectará a todas las parcelas de nuestra vida y la última y tercera «P», Permanence (permanencia), pensar que sus efectos durarán toda la vida. Reconocer que no somos culpables de esa desgracia, que no afecta a toda nuestra vida y que no es permanente, nos hace ser menos proclives a la depresión y permite que superemos mejor  la desgracia.

«Cuando la vida intenta hundirte, puedes tomar impulso desde el fondo, romper la superficie y respirar de nuevo». Yo también lo creo, Sheryl.

Foto: Silvia Martínez.

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