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Buahhhh, chaval

“Buahhhh, chaval, que mañana corremos la maratón”, me decía Laura mientras recogíamos el dorsal en la feria del corredor”. Y su “Buahhhh, chaval” definía a la perfección cuál era mi estado de ánimo los días previos a la Zurich marató de Barcelona: absoluta incredulidad. Vamos, que no podía creerme que el domingo fuese a correr 42 kilómetros con sus 195 metros.

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Mi madre lo definió muy bien nada más verme: “En tu primera maratón estabas tan escuchimizada que dabas pena, hija, y estabas tan nerviosa. En la segunda, menos escuchimizada y menos nervios. Y en esta tercera, hija mía, qué buena cara tienes”. Y, es que, a Barcelona llegué sin miedo y muy tranquila. Sin nada que demostrar y dispuesta a que los 42 se convirtiesen en una tirada larga. Eso me decía a mí misma para animarme (y tranquilizarme).

Este año, se me echó el tiempo encima. Me he saltado muchos entrenamientos y he hecho el pino puente para sacar las series y las tiradas y, sobre todo, las ganas de entrenar. No sé cuantas veces he pensado el clásico “a mí quién me manda” y más de una vez estuve tentada de tirar la toalla. Pero seguí, porque no quería perderme la oportunidad de vivir de nuevo la experiencia única de la maratón. Y porque confíe en la memoria de mis piernas y en las palabras de mi preparador Chus Fernández de entrenos.net, quien me aseguró que podría completar la distancia.

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Saludando a Chema Martínez, quien siempre me da suerte en mis maratones.

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Abrazo lleno de energía. Chema, vente al siguiente.

Así que llegué a Barcelona tranquila (todo lo tranquila que se puede estar ante un reto así). Ya os había dicho que el objetivo era cien por cien disfrute. Por eso, Laura se iba a encargar de marcar el ritmo (entre 4:50 y 5 minutos el kilómetro), porque yo solo iba a ir pendiente de mi pulso. Si me sentía cómoda, seguiría su ritmo, si no aflojaría.

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Compartiendo la experiencia en directo en la cuenta de Instagram de la revista Runner’s

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Mi equipación de Nike, que en breve sortearé para recaudar fondos para la investigación de la leucemia infantil.

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Colocando bien visible mi dorsal de Uno Entre Cien mil 

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Estudiando el recorrido para saber dónde se iban a colocar nuestro grupo de cheerleaders.

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Como manda la tradición, la noche previa a la maratón en esta casa se cena: «tortilla de patata a lo runner». Es decir, patata y huevo cocido.

El domingo a las seis y media de la mañana empezaba el ritual maratoniano. Las míticas tostadas de pan blanco con miel, la visita de rigor al baño, la coleta bien tensa y el flequillo en su sitio a golpe de ghd y de laca.

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Fuimos en taxi a la salida, que para algo somos señoras que corren. Estrés previo a la carrera, el justo. Medio plátano y una botella de agua, junto con el pis del miedo, y ya nos plantamos en nuestro cajón correspondiente. Alex Calabuig, director de la revista Runner’s, nos iba a acompañar los diez primeros kilómetros así que tomamos juntos la salida, que me pareció preciosa al ritmo del Barcelona de Montserrat Caballé y Freddie Mercury y con unos acordes de Carros de fuego. Todo muy épico. Empezamos a avanzar y aquello ya estaba en marcha. No había vuelta atrás. Estaba corriendo mi tercera maratón. Y seguía sin hacerme la idea. La temperatura ideal: ni frío ni calor y, además, lucía el sol. Y pasó el uno, el dos, el tres… y llegamos a la Sagrada Familia (Km15). Para mí una de las partes más bonitas del recorrido. Oír el repicar de las campana y ver cómo algunos corredores se paraban para hacerse fotos con las familia fue muy especial.

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Estas fueros mis alas: Zoom Pegasus 32 ID de Nike

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Laura y servidora junto a Laura Make up Nine y Gema de Miss Leggings Run

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Con mi amigo, el director de Runner’s World Alex Calabuig, quien también me acompañó (y animó) en el 10K de Valencia.

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Alex, al final, se hizo con nosotras media maratón (y eso que solo iba a por diez) y nuestra amiga Carmen se incorporó en el 25. Quiero aclarar que ambos iban con dorsal.

Hasta el 25 me encontré de miedo. Las piernas me iban de maravilla, no me dolía el isquiotibial izquierdo, que tanta lata me dio durante toda la preparación, y de pulso iba genial (155 pulsaciones de media). A partir del 27 llevaba las caderas más resentidas y algo que no me había pasado nunca: me dolía la mandíbula. Lo comenté con Carmen, quien me aconsejó con mucho acierto relajar los hombros, porque los llevaba subidos, lo que me hacía tensar el cuello y cruzar los brazos al frente.

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Bebí agua en todos los avituallamientos y tomé tres geles (en el 10 en el 20 y en 30) y una pastilla de cafeína en el kilómetros 31. En esta carrera aprendimos algo importante: a partir de ahora nos iremos turnando para coger el agua. En Paris fue un caos, no solo porque los avituallamientos eran cortos y estaban mal dispuestos. Además, las tres nos lanzábamos a por el agua, con lo cual perdíamos mucho tiempo. En Barcelona, Alex y Carmen nos cogían el agua y nosotras solo bajamos el ritmo al beber o tomar el gel. Y se nota. Vaya si se nota. Cero estrés.

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Mi madre animando a tope.

A partir del kilómetro 36 ya iba muy cansada. Pero mi corazón estaba perfecto así que podía tirar y seguir adelante al ritmo que marcaba Laura. Ella y Carmen me animaron mucho y yo solo pensaba que aquello distancia era algo más que la Carrera de la Mujer y que debía seguir pesé al cansancio. No quería llegar agotada al 40, porque quedaba la avenida del Paralelo, un falso lleno que nos podía hacer sufrir. Pero esa avenida fue lo más parecido a coronar el Tourmalet, pero en versión runner. Cantidad de publico animando, gritando tu nombre y con ese impulso quemando los últimos kilómetros. En el 41, Laura me dio la mano y literalmente tiro de mí… y hasta la meta.

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Celebrando con Carmen y Laura. Gracias, amigas. 

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Y esta vez sí lloré, porque solo yo se lo que costó llegar hasta el arco de salida con los imperdibles puestos.

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Pero, «¿en cuánto lo hemos hecho?», le decía a Laura. 

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Y esta es la cara que se te queda cuando has hecho mejor marca personal y te enteras después de cruzar el arco de llegada.

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Llamando a Clara nada más cruzar el arco de meta.

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Y ya que estábamos, hicimos videollamada. Cruzó la meta con nosotras, aunque en esta ocasión no pudiese acompañarnos. 

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Correr es para mí un viaje solidario, una celebración de la vida y, también, de la amistad. 

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Celebrando con el bundle pack y dándole las gracias por todas las horas que le he robado. Sí, no sufras, a partir de ahora, volvemos a comer normal 🙂

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Con mi madre y mi suegra, mis mejores cheerleaders y a quienes también me llevaré a Boston.

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Un clásico de la tierra. Y no bailé el Xiringüelu porque estaba como un Playmobil que si no… 

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Celebrando con Laura y mi amiga super Paloma, que a golpe de pandereta nos siguió toda la maratón.

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Con mi cuñada Dori, a ver si saco a la mujer que corre que lleva dentro, aunque aún no la haya descubierto.

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Con mi amiga Sandra, quien también se ha unido a la banda de las Mujeres que corren.

Pese haber hecho mejor marca personal en la maratón (pasé por meta en 3:28) no quiero que nadie piense que no sufrí para lograrlo. La maratón te enseña a estar cómodo dentro de lo incómodo, pero para correr y disfrutar hay que llevar los deberes hechos y tener experiencia. En esta ocasión, aunque no hice tanto volumen como en las pruebas anteriores, trabajé mucho la fuerza (dos sesiones por semana desde agosto con mi entrenador Fabio Soares. Gracias Fabio por todas esos burpees). Y se nota. Además, mi cuerpo ya conoce la distancia, porque ya lo ha hecho en ocasiones anteriores, y  la experiencia es siempre un grado. La maratón es un viaje personal increíble, pero la preparación es muy exigente y aquí entran mucho factores en juego (familia, estrés, gestión del sueño y una nutrición adecuada). Y me temo que no siempre es posible llegar a todo. Sé que es inevitable soñar con la maratón cuando veis las emociones que despierta en mí esta distancia, pero para que sea épico, solo os recomiendo que no os puedan las prisas y que vayáis quemando etapas para disfrutar de esta aventura a tope de power. Soñar con la maratón quizá sea el empuje que necesitáis para seguir adelante, mientras os ponéis a prueba en los diez kilómetros o en la media maratón. No hay prisa. Disfrutad del camino. Y como dice Kathrine Switzer en el prólogo de mi libro Correr es vivir a tope de power: «Esto no es un deber,e s un regalo»

Esta semana me la he tomado de relax, solo he estirado, he hecho elíptica y algunos paseos con Pixie. He dormido un montón y comido como si no hubiese mañana. Lo curioso es que hoy he empezado a trabajar la fuerza de nuevo y me dio una pájara haciendo sentadillas explosivas. No llevaba ni 15 cuando me he mareado. No me enfrento al muro de la maratón y me da un mareo en el salón de mi casa. ¡Increíble! Ahora, poco a poco, seguiré manteniendo la forma para la Wings For Life World Run del 8 de mayo en Valencia. Os animo a que me acompañéis, porque he creado un grupo de Mujeres que corren. Y mientras tanto yo seguiré soñando con la maratón, porque el año que viene estaré en Boston. Palabra de mujer que corre.

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Bostón, allá voy

Tenéis muchas más fotos en la página de Facebook de Mujeres que corren. Podéis verlas aquí.

Gracias a Aitor Audicana por estas fantásticas fotos y a Álvaro por todo el apoyo logístico.

 

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2 comentarios
  • Las fotos preciosas, y los pelos de punta de leerte.
    Haces triple salto mortal para llegar a todo, contestar nuestros mensajes, cumplir con tu trabajo, hacer tus entrenos, estar con tu familia, con tus amigos….eres la leche, y lo mejor de todo el mensaje que transmites INTENTAR LLEGAR A TODO, PERO SI NO LLEGAMOS NO PASA NADA, PISA EL FRENO, RESPIRA Y CONTINUA CAMINANDO.

    Te aprecio mucho querida Cris, me descubriste un mundo que no conocía y resulta ser maravilloso.

    Leer tus experiencias como maratoniana es todo un chute de energía y de ganas de continuar el camino, de no tirar la toalla cuando los entrenamientos me pesan demasiado, o cuando las lesiones no me permiten rendir como me gustaría.

    Espero que disfrutes de unas felices vacaciones de semana santa, y que yo pueda seguir leyéndote estas aventuras tan geniales.

    Beso gigante

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Cristina Mitre