Buscar

Cuando los superhéroes existen

Muchos sabéis (y quien no lo sepa es que no me ha seguido en redes sociales en los últimos meses) que este año he sido jurado de los Premios Princesa de Asturias de los Deportes. Formar parte, sentarme en aquella mesa y tener voz y voto en las deliberaciones ha sido uno de los mayores regalos de esta aventura en mallas y zapatillas. Porque yo no soy atleta, ni nunca he pretendido serlo, y tampoco soy una experta en deporte. Soy una corredora más, una mujer que sabe el esfuerzo que supone arrancar de cero e inventarse las ganas para moverse. Alguien que empezó a correr para perder peso y que pronto empezó a medir sus progresos en kilos… de satisfacción personal. Ha sido un orgullo participar en estos Premios Princesa de Asturias, porque para mí son, sobre todo, una celebración de la cultura, la ciencia y la concordia y un escaparate increíble para Asturias, mi tierra. Estoy feliz de que finalmente el triatleta Javier Gómez Noya ganase el Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2016, porque él representa los valores intrínsecos del deporteespíritu de sacrificio, perseverancia y lucha por un sueño. Goméz Noya tiene un palmarés impecable pero no lo ha tenido nada fácil para triunfar. Lo ha logrado a base de esfuerzo y haciendo algo muy difícil: creyendo en sí mismo cuando tenía absolutamente todo en su contra. Su cuerpo es una máquina pero creo que su mayor valor es su fuerza mental y por eso, arrasa. Hoy quiero compartir con vosotros este perfil que escribí sobre él para el periódico El Comercio de Gijón con motivo de los galardones, para acercaros la historia de un superhéroe de carne y hueso. Espero que la disfrutéis.

img_4818

Con el triatleta Javier Gómez Noya en el almuerzo previo a los Premios Princesa de Asturias 2016. Os recomiendo leer su Biografía «A pulso» de Paulo Alonso y Antón Bruquetas. Yo ya tengo el mío dedicado. 

«Seas o no deportista seguro que en algún momento has discutido sobre qué es más exigente físicamente: la natación, el ciclismo o la carrera a pie. Pues, ahora, imagina una disciplina en la que tienes que combinar las tres y, además, hacerlo a toda velocidad, sin perder ni un segundo mientras pasas de una prueba a otra. Imagina, por un momento, que debes nadar durante 1500 metros (el equivalente a 30 largos en una piscina olímpica), enfundando en un neopreno, mecido quizá por las olas y entre una maraña de brazos y piernas, haciendo un gran esfuerzo para orientarte e intentando intuir dónde se encuentran tus rivales. A continuación, debes salir corriendo del agua, estás mareado y un poco desorientado, y es probable que, también, un poco magullado porque te has llevado algún que otro golpe. Mientras vas quitándote el neopreno, las gafas y el gorro, y con el salitre (en el mejor de los casos) aún pegado al cuerpo, debes subirte a la bicicleta. El tritraje que llevas debajo del neopreno está empapado. Te pones el casco, te subes a las dos ruedas y empiezas a pedalear mientras ajustas tus pies en las calas. Sin perder el equilibrio, llenando tus pulmones de aire y con la piel tirante, vas cogiendo ritmo y enfilas los 40 kilómetros que aún te quedan por delante. Y, por fin, llegas a la última transición… y te queda el último esfuerzo: hay que sacar los pies de las calas, bajarse de la bicicleta, desprenderse del casco y enfundarse las zapatillas de correr. Ahora, estás casi borracho por culpa del lactato que se acumula en tu organismo y sientes las piernas como dos columnas jónicas. Pasas de dar pedales a enlazar zancadas para enfrentarte a la última parte de la competición: una carrera de diez kilómetros. Bienvenido, acabas de disputar tu primer triatlón (imaginario), un deporte muy exigente, que aunque minoritario en España (hay menos de 30.000 licencias, según datos del Consejo Superior de Deportes), tiene en Javier Gomez Noya (Suiza, 1983), premio Princesa de Asturias de los deportes de 2016, a una de sus grandes estrellas a nivel mundial.

Pero para llegar a la élite, Gómez Noya no lo ha tenido nada fácil. La suya ha sido una carrera llena de obstáculos, a veces, con tintes de culebrón y otras muchas casi rozando el género de las mejores películas de ciencia ficción. Su vida deportiva arranca a sus once años en la piscina del Club Natación Ferrol, años más tarde llevará su nombre como homenaje a las horas que pasó dando brazadas en sus aguas. Es un atleta precoz y pronto comienza a destacar al lograr varios títulos regionales en las categorías inferiores. El joven campeón empieza ya a dar muestras de su férrea disciplina y, como recuerda su primer entrenador José Rioseco en “A pulso”, la biografía escrita por Paulo Alonso y Antón Bruquetas sobre el atleta, “tenía un cuerpo normal, pero una cabeza extraordinaria. Se le veía casi inmediatamente, al meterse en el agua. Era muy trabajador y se adaptó a hacerlo todo perfecto para nadar de una forma muy económica”. En aquella época, Noya cerraba la piscina a las diez y media de la noche y dos días a la semana volvía a abrirla antes del amanecer. Pero entrenar hasta casi vaciarse sería la parte más fácil del viacrucis al que tendría que enfrentarse en el futuro.

En 1998, descubre el triatlón, sin casi haber entrenado las modalidades de bicicleta (a excepción de las salidas que hacía con su padre y su grupo de amigos) y la carrera a pie, y queda en segundo lugar en la categoría juvenil del triatlón olímpico de Castropol (Asturias). Desde entonces, el triatlón se convierte en su vida y va sumando victorias y títulos, arrasando y con gran superioridad.

Pero, de repente, todo se tuerce y el sueño del aspirante se convierte en pesadilla. En el verano del año 2000, se enfrenta por primera vez al muro, esa barrera física a la que tanto temen los corredores. Ese mazazo que suele golpear en el kilómetro 30 de la maratón a Javier se le presenta a los diecisiete años. Su particular muro está en su corazón, en su válvula aórtica bicúspide que parece no cerrar bien y, además, el problema parece agravarse porque el ventrículo izquierdo está más desarrollado de lo normal. La vida del atleta corre peligro. Debe dejar de hacer deporte. La joven promesa del triatlón se estrella contra su particular muro. Pero su familia pide una segunda opinión y, al no coincidir con el dictamen del equipo médico del Consejo Superior de Deportes, empieza la lucha en los despachos. Su sueño parece truncarse, pero sigue compitiendo gracias a su licencia autonómica. Se crean dos bandos y comienza una guerra sin cuartel. El atleta intenta mantenerse al margen, deja todo en manos de su familia, y como un espartano vive volcado en sus estudios y entrenamientos. Tres años más tarde, y tras un pulso entre el círculo más cercano del deportista y el Consejo Superior de Deportes, vuelve a competir. Pero este no sería el punto y final, porque su anómalo corazón volverá a estar en el ojo del huracán.

Pese a lo abrupto de los comienzos, comienza a forjarse su leyenda: se proclama campeón del mundo sub-23 con solo veinte años y sueña con su primeros Juegos olímpicos, los de Atenas 2004. Aunque finalmente, y por una decisión técnica, se queda fuera de la convocatoria.

Sin embargo, en esta época sigue sumando títulos y victorias y con veintiún años ya saborea la gloria, pero también ya se ha curtido en otras muchas batallas. Y de nuevo, en 2005, el cielo se encapota y amenaza tormenta: se reabre el caso Noya. Pese a contar con el respaldo del prestigioso cardiólogo el Dr. William McKenna, el Consejo Superior de Deportes veta de nuevo a Javier y le declaran no apto para el triatlón. Y, una vez más, se apodera de él la incertidumbre: ¿podrá volver a competir? Su mundo se tambalea. Y de culebrón aquello pasa a ser un Expediente X, porque le impiden hasta participar en carreras populares y así pasa de ser la gloria nacional a convertirse en persona non grata en los círculos deportivos, en un “loco” a quien parece no importarle poner en peligro su salud con tal de competir. Su situación es tan surrealista que entrena y compite casi en la clandestinidad. Y vuelta a empezar. De nuevo la batalla se libra en los despachos y a él no le queda otra que esperar y muscular su paciencia.

Finalmente, tras analizar los informes de cinco cardiólogos de nivel internacional, el Consejo Superior de Deportes levanta, por fin, el veto. Puede volver a competir. Y no desaprovecha la oportunidad, porque en 2006, gana la Copa del Mundo y se convierte en el primer español en lograrlo, aunque los Juegos Olímpicos se le resisten, porque en los de Pekín en 2008 se queda a las puertas de conseguir una medalla que, finalmente, se colgaría en Londres 2012. Allí logró la plata, a tan solo 11 segundos del oro, y deja para la memoria histórica del olimpismo una gran foto: tumbado sobre la alfombra azul, exhausto tras haber cruzado la meta, alarga el brazo para estrechar la mano de su gran rival: Alistair Brownlee, quien le acaba de arrebatar el oro. Su leyenda se acrecienta.

Para muchos, es quizá el triatleta más completo, porque es capaz de dominar en las tres disciplinas. Como reconoce el entrenador personal y técnico superior en triatlón, José Acosta “si no nadas, no disputas. Si no corres, no ganas y, entre uno y otro, hay que darlo todo en la bici. Y él hace una gran natación para salir delante, una bici para que nadie le haga sombra y la carrera a pie, entre las mejores de las Series Mundiales, siendo la suya la mejor en muchas ocasiones”.

Pero quizá lo que le haya convertido en leyenda no es solo el hecho de ser el único triatleta con cinco títulos mundiales (tres de ellos en años consecutivos), porque como destacaba el atleta Abel Antón, al leer el fallo del jurado que le concedía el premio Princesa de Asturias de los Deportes 2016, “también se han reconocido los valores de esfuerzo y perseverancia ante la adversidad, demostrando una enorme fortaleza y un encomiable espíritu de superación durante toda su carrera”. Y, sin saberlo, aquellas palabras de Antón fueron casi una premonición. Un mes más tarde, de nuevo otro obstáculo en la carrera del campeón. Una caída tonta en bicicleta, justo cuando acababa de terminar de entrenar, le alejan de los Juegos de Río. Adiós a aquella medalla que parecía casi segura. En una carretera de Luego, el pentacampeón se fractura la cabeza del radio de su brazo izquierdo. Pasa por quirófano y se despide de los que hubiesen sido sus cuartos Juegos y su gran objetivo deportivo del año y, como él mismo reconocía a través de sus redes sociales, “es difícil entender cómo repentinamente se van todo el esfuerzo e ilusión que he puesto en los Juegos. Puede que sea el momento más duro de mi vida deportiva. Pero no me queda más remedio que asumirlo y pensar en tener una buena y rápida rehabilitación”. Tal y como en su día dijo Cicerón, ‘mientras más grande es la dificultad, más grande será la gloria’. Y Noya tiene madera de superhéroe».

 

Comparte
Deja un comentario

También puede interesarte

Cristina Mitre