Hace unos meses me di cuenta de que cada vez que me preguntan cómo estaba siempre decía lo mismo: «Muy bien, gracias. Aquí, derrapando». Y no era en sentido figurado. Iba por la vida como un bólido. Hablaba de forma atropellada y no dejaba al otro decir ni mú para no perder tiempo, intentaba hacer cinco cosas a la vez, vivía atormentada pensando en todo lo que me quedaba por terminar y parecía arrastrar una bola gigante en las espaldas con las letras culpa en Arial 86. Culpa de no disfrutar de todo lo bueno que me estaba pasando, porque estaba demasiado ocupada pensando en sacar lo siguiente, culpa por no ser capaz de llegar a todo, culpa por estar hablando con mi madre y a la vez mirando el e-mail, culpa por no tener la suficiente energía y estar a veces cansada e irascible, culpa de no cumplir con todos los entrenamientos de la maratón, culpa de no tachar con fluorescente al final del día todas las tareas que me había propuesto… culpa, culpa, culpa, y más culpa.
Y llegó un día que decidí que iba a dejar de sentirme culpable y que iba a aprender a vivir sin prisa. Ser entusiasta puede convertirse en un verdadero castigo divino, porque cuando algo te emociona mucho quieres que salga YA. Y yo que tengo bastante ímpetu (y poca paciencia) meto la marcha apisonadora y, como me decía mi padre: «siempre palante como los de Alicante» y, claro, en el camino de hacerlo todo YA y perfecto, el año pasado me dejé la salud por el camino, porque con la marcha apisonadora metida, me enredaba yo sola y, sin darme cuenta muchas veces, entraba en una espiral de hiperactividad agotadora. Todo tenía que ser aquí y ahora y, aunque lo vivía desde el disfrute, física y mentalmente fue demasiado. Soy intensa (no lo voy a negar) y, cuando mi amiga Laura me ha acompañado a algún bolo de los míos, más de una vez me ha dicho que aquello en lugar de premio era más un tormento por mi frenesí de actividades. Lo de vivir todo desde la ilusión es una actitud vital que no puedo (ni quiero) cambiar y mi vida es la que es, y me gusta, pero descubrí que tengo que aprender a gestionar mi energía. Aunque sea ilusionante, a veces, hay que decir no.
Y lo curioso de todo esto es que, aunque la tecnología ha sido mi gran aliada todos estos años, también se convirtió en mi peor enemiga. Si a mi ilusión y energía le unimos un móvil y una buena tarifa de datos, el resultado a veces puede ser nefasto, si se no se gestiona bien. Yo terminé mental y físicamente agotada por estar 24 horas ocupada, por pasarme la vida tramando. Y es que, en algún momento de esta increíble aventura a golpe de zapatilla, me olvidé de lo más importante: vivir.
Vivir a tope de power, no es ir a lo loco y sin frenos, buscando dónde está el límite. Vivir a tope de power es vivir sin prisa. Es estar aquí y ahora, disfrutando. Pero es difícil cuando nuestros smartphones se han convertido en una extensión más de nuestros brazos. Y a golpe de click, la entusiasta que hay en mí puede no tener freno. Así que cuando decidí vivir sin prisa, lo primero que hice fue intentar gestionar mi hiperconectividad. Por ejemplo, cuando llego a casa tengo que alejar los móviles, sobre todo, cuando veo la televisón, porque no soy capaz de resistirme y, ya puede ser la película más emocionante, que en algún momento me pongo a mirar el e-mail, Instagram y ya que estoy, Facebook, Twitter y lo que se me tercie. Y esto que parece un gesto tonto, e inofensivo, es mentalmente agotador, porque estamos constantemente dividiendo nuestra atención. Por otro lado, mi lista de pendientes sigue siendo igual de abultada, pero ahora las construyo en base a su prioridad, de menos a más urgencia, porque hay cosas que no tienen que ser para YA y sí, pueden esperar. Por ejemplo, nos hemos acostumbrado a la inmediatez de todo y tratamos el e-mail y el Wasap como si contestar fuese un asunto de vida o muerte, como si el mundo fuese a implosionar, porque no contestemos ese mensaje en la hora de la comida o por la noche antes de acostarnos. Por no hablar de nuestra obsesión por la multitarea, algo de lo que las mujeres presumimos. Y qué daño nos hace. Como explica la psicóloga Patricia Ramírez en su magnífico libro Cuenta contigo: «perdemos la capacidad de estar presentes, no en cuerpo pero sí en alma, porque hemos entrenado demasiado al cerebro para la multitarea. Queremos hacer varias cosas a la vez pensando que así ganamos tiempo, pero lo que ganamos es estrés y pérdida de disfrute«.
Otra de mis decisiones es centrar mi atención en lo que estoy haciendo y disfrutar #atopedepower. Y si es sacar a mi perra Pixie a dar un paseo, eso es la más importante en ese momento, así que intento disfrutarlo y, en lugar de perder la paciencia porque se para a olfatear cada esquina o entrar en bucle con todo lo que me queda por hacer, lo disfruto sin distraerme con el móvil o pensando que estoy perdiendo tiempo de hacer otra cosa más importante. Este sencillo cambio de actitud me ayuda a no ir «disparada» y a mantener a raya esa sensación de agobio por todo lo pendiente y que, a veces, es tan difícil de controlar. Y cuando me puede la ansiedad, pienso que soy corredora y que la vida es como la carrera así que solo tengo que dosificarme, ir poco a poco, y verme siempre victoriosa en la meta
Correr es mucho más que correr y de eso os hablo en mis conferencias y en mis libros que podéis descubrir aquí.
Fotos Silvia Martínez.
La verdad que me siento muy identificada pero yo aún no he sabido gestionarlo. Has necesitado alguna ayuda, coach , psicologo o similares… yo la teoría me la sé pero me cuesta mucho aplicarla.
Me ha gustado mucho tu post , como siempre.
un besazo de otra runner
Una de las cosas que menos controlo es el tema del móvil. No he sido consciente hasta hace poco de lo enganchada que estoy cuando un fin de semana se me olvidó en la oficina. Cuando llegué a casa casi me da algo. Pero tomé la decisión de no ir a por él y ver qué tal me apañaba todo el fin de semana sin el móvil. Como es evidente, no paso nada. El fin de semana pasó sin ningún problema.
Desde entonces he pensado en fórmulas para no estar tan enganchada y puede que alejarlo de mí en momento puntuales puede ser buena idea.
Un abrazo!
Lo es. Cuesta pero te das cuenta de la dependencia y asusta.
Me ha encantado tu artículo Cris. Eres una campeona!! Me siento bastante identificada contigo porque en ese sentido yo también voy siempre a mil por hora, pero estoy aprendiendo a dosificarme y a ser capaz de «no hacer nada»
Un beso muy grande
Cuánta razón, a ver si yo voy aprendiendo un poquito más, me pasa como a ti, que tengo el don de la intensidad, y me cuesta parar. Un besote.