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Los cuarenta o cuando descubres que te ha menguado el pecho

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Como todas las madres, la mía tiene grandes frases. Durante muchos años, como una premonición me repetía: “Hasta los treinta tienes tiempo, hija”. Así que yo estrené década pensando que el mundo se acabaría nada más soplar las velas de mi tarta de cumpleaños. Y lo cierto es que pese a los malos presagios, esta década me ha dado juego (mucho).

Ahora, que he sobrevivido a mis treinta, me doy cuenta de que la única frase de mi madre sobre la nueva etapa vital que acabo de inaugurar (empieza por cuatro y termina por cero, por si alguien necesita un poquito de ayuda) era igual de premonitoria: “A los cuarenta, me miraba en el espejo y me veía la piel perfecta. Pensaba que me quedaría así”. Cuando cumplió los cincuenta dejó de hablar de arrugas y pasó a denominar los embates de la edad sobre su rostro como “abollones”.

Y, sin embargo, pese al triste panorama, he llegado a los cuarenta satisfecha y feliz, sin darle mucha bola al tema de la edad. Porque ya decía el anuncio que “lo que pesan no son los años, son los kilos”. Y yo siempre he sido teleidiota y de creerme todo lo que veo anunciado en la tele.

Y, además, en estos diez años me ha dado tiempo para hacer de todo: una boda, cuatro maratones, dos libros, cambiar de país, dirigir una revista… vamos, que tengo energía para dar y regalar. Como mi madre, me digo a mí misma: “estoy perfecta y así me voy a quedar”. Todo en orden, Mitre. Hasta que abrí el cajón de la ropa interior buscando unas bragas cómodas (y no absurdas) y me topé con él: mi mítico sujetador de Dolce & Gabbana de print de leopardo, semitransparente, sin relleno y con aros, con ese punto que no sabes si te encanta o te espanta. Vamos, muy Dolce. Me lo regaló mi tía Esther cuando yo tenía 20 años y se ha salvado de muchas mudanzas y de muchos ataques de limpieza a lo Marie Kondo.

Una de esas prendas que te daban subidón cada vez que te las ponías, porque te veías la mujer más sexy del planeta (incluso sin depilar). Así que allí mismo, con la braga faja de algodón y en calcetines de deporte, rauda y veloz, me enfundé el Dolce. Veinte años más tarde y seguía perfecto. Ya dice mi madre que lo bueno dura toda la vida. En mi imaginario mental me veía como la mismísima Bellucci con mi recién recuperado Dolce y hasta me había hecho ya algún estilismo mental, como los típicos recortables que haces en tu cabeza cuando te compras algo nuevo. Pero la realidad es muy cabrona. Sí, así es chicas. Sin eufemismos, ni paños calientes. Nada más probarme el sujetador me di cuenta de que había algo que no funcionaba. No rellenaba la copa y parecía que a mi Dolce le habían salido, por obra y gracia del paso del tiempo, un par de volantes. Quise negar la verdad y ajusté el contorno y los tirantes hasta cortar la circulación de la zona, porque pensaba que quizá solo había dado de sí (un poco). Pero no, era el momento de asumirlo: me había menguado el pecho.

menguar pecho

Hasta lo catorce años, iba con camisetas interiores, porque no había nada que sujetar, pero a los quince años, y sin mucho aviso, me salieron dos pechos como dos soles, a quienes bauticé como Loli y Manoli. Dos pechos turgentes, elevados, redondos, con su canalillo y todo. Nunca he sido de presumir de escote, porque me da mucho pudor. Mis pechos resistían la fuerza de la gravedad sin problema e incluso he podido ir sin sujetador (es lo único bueno de tener una mastopatía). Todavía recuerdo el día que una compañera de profesión me preguntó quién me “había hecho el pecho”. “La madre naturaleza”, le contesté entre risas.

Muchas madres ven como sus pechos se vacían después de la maternidad, pero como no he tenido hijos no esperaba que eso, también, me pudiese pasar a mí. Así que tras asumir mi nueva talla, me quité el Dolce de mis sueños y volví a guardarlo en el fondo del cajón, como un souvenir a lo que el viento (o el tiempo) se llevó. Esa noche, al terminar de cenar y tras el “¿quieres yogurt o fruta?”, le solté a mi marido a bocajarro: “Me he probado mi sujetador de Dolce y me ha menguado el pecho”. Esperaba una sonrisa cómplice, un “amor, no te preocupes, estás perfecta”, pero esto del matrimonio es a las duras y las maduras. Y la realidad no hay que edulcorarla. “Sí, ya te lo había notado”, me dijo. Al menos podía haberle puesto algo de Stevia.

Fotos Aitor Audicana. El vestido es de Coosy.

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14 comentarios
  • Leo este post ahora, un poco tarde. Con la edad, en vez de menguar se agranda el pecho (aparte de irse descolgando…una pena). Lo que sí es cierto es que corriendo de manera asidua, y más si son largas distancias se pierde bastante grasa corporal, incluido el pecho. Por eso la mayoría de las mujeres que corren bastante, tienen poquito pecho

  • No había vuelto a leerte creo que desde que escribías en Cosmo (era cosmo? No lo tengo muy claro…). No te he seguido mucho porque no me gusta nada correr pero me encanta tu pluma. Y estas muy guapa! Un abrazo

  • Yo soy de la opinión de que no es la edad si no el deporte, todas las chicas fitness que se dedican a la competición al final acaban poniendo protesis porque con tantas restricciones de grasas se quedan sin pecho.

    Y por mucho que usemos sujetadores inteligentes con tecnología de la NASA, corremos y las pobres botan, y al final se resienten.

    Al final tendremos piernas de acero pero unas tetis chuchurridas…

  • Una delicia leerte!!! Y el post es la perfección de la realidad. Aunque no tengo 40 espero llegar así de hermosa y llena de luz como eres tú. Y que sean 40 más!

  • Tu siempre estás, estarás perfecta Cris, simplemente porque lo eres.
    Te sigo desde hace tiempo, me gustaría que le echaras un vistazo a mi nuevo blog missmisae.com

  • Jajaja, me parto contigo.
    Yo cumplo 43 veranos, y note lo mismo que tu, sobre todo despues de dar el pecho al segundo niño.
    Que le vamos hacer…………….

  • Cristina,

    Me parto contigo! Mi opinión: no creo que sea la edad sino el deporte…Lo he visto en muchas chicas que de repente se pusieron las pilas con el running y el gimnasio. Todo tiene sus pros y sus contras.

    Bsin, me encanta leerte.

  • Hola Cris.
    Qué gracia tu marido, jeje, seguramente el mío no sabría ni qué es Dolce ni que tengo un sujetador así…
    Aparte de la edad, el pecho mengua cuando se pierde peso, pues una parte de él es grasa. Estos dos últimos años, gracias al deporte y a la buena alimentación, perdí unos cuantos kilos y alguna talla de sujetador. Mi ginecóloga me comentó que por cada kilo que pierdas creo que 100 gramos son de grasa de pecho, así que echa cuentas 😉
    Los pechos pequeños son igual de bonitos y más en mujeres deportistas. Un beso!

  • Buenisimo Mitre. Reflejada totalmente. A mis 52 aún tengo una compañera que me toma el pelo con que me he hecho la cirugía plástica en el pecho, nada más lejos de la realidad.

  • La madre que lo trajo!! Espero que detrás del «ya me había notado» continuara un «para mi sigues estando perfecta» o algo por el estilo no? Luego confirmarles tu a ellos sus arrugas, canas o falta de pelo jajaja

    Confieso que yo flipe en la Carrera de la mujer que hicimos con la revista ELLE y Asics lo increíble que te quedaba esa camiseta amarilla y coral mientras veía mi escaso pechamen en la mía.

    Sigues estando físicamente brutal querida, que pille yo esos 40 que les dan unas cuantas vueltas a mis 31.

    Un beso enorme

  • ¡Jajaja! Es así, ¡tal cual! ¡Hasta lo de yogurt o fruta!
    Pregunté en el gimnasio y me dijeron que entre que la masa muscular disminuye y que al hacer deporte la grasa también pues claro… ¡Es como inevitable! Vamos, que está íntimamente relacionado con el «o te ajamonas o te amojamas».

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Cristina Mitre